Fuente: https://www.proceso.com.mx/418703/mejorar-las-condiciones-sociales-reto-de-la-antropologia-krotz?fbclid=IwAR2-wR39BaUrN4MT_uDRhG5ShKDjzDE3X9GHwUx0Ezjcjs86rCdohciwghA
Una nota de hace algunos años, pero muy vigente.
MÉXICO, D.F. (apro).- La antropología no deja de ser una “ciencia subversiva” –como lo planteó con ironía el desaparecido investigador Guillermo Bonfil Batalla, en torno al debate del libro Los hijos de Sánchez, de Oscar Lewis– sigue siendo una disciplina que muestra la “escandalosa realidad”, pero busca también contribuir en la construcción de una vida mejor, “no de algunos a costa de los demás, sino realmente de todos”.
Son algunas de las ideas expuestas por el maestro en antropología social y doctor en filosofía Esteban Krotz Kerbele, investigador de las universidades Autónoma Metropolitana (UAM) Iztapalapa y de Yucatán, durante su participación en el conversatorio magistral “Antropologías Latinoamericanas: Reflexiones epistemológicas”, realizado en el Palacio de la Antigua Escuela de Medicina, en el marco del IV Congreso Latinoamericano de Antropología.
El especialista en antropología política y jurídica, particularmente en el tema de derechos humanos, reflexionó acerca de los logros y retos de las antropologías latinoamericanas actuales. En su opinión “el primer gran logro es que existen”, parece obvio decirlo –meditó– pero luego de las largas dictaduras militares que obligaron a mucha gente al exilio, no lo es.
Incluso puso como ejemplo que casi no se haya hablado del aniversario de la muerte de Ernesto Che Guevara (asesinado el 9 de octubre de 1967), que recuerda “esta situación sangrienta de la historia reciente” que ha dejado también su huella en las antropologías latinoamericanas.
Esta disciplina no es muy apreciada y se ve en el porcentaje del Producto Interno Bruto (PIB), destinado a la investigación que es “absolutamente mínimo”, lamentó.
Incluso en el regreso, tras la “larga noche de las dictaduras”, a una cierta libertad y la democracia formal en los años ochenta, marcada por el asesinato de monseñor Romero en “el país más chiquito de América Latina” (El Salvador), hay una tensión entre la política y la economía actuales y la creación de programas de antropología.
Frente a ello, el investigador consideró también un logro que las antropologías latinoamericanas se consoliden frente a las antropologías del norte y produzcan monografías, revistas, informes, boletines, libros, que describen situaciones casi todas críticas, “incómodas para el poder”.
Para el antropólogo hay tres grandes aportaciones del pensamiento crítico latinoamericano del siglo XX: La teoría de la dependencia (contrapuesta a la teoría del desarrollo), la filosofía y teología de la liberación, y la educación popular concientizadora, en la cual no sólo se trata de entender una situación, sino las interpretaciones de esa situación y la posición del poder ante dicha situación y “en donde se trata de ver qué es ciencia y qué es ideología”.
Retos
Añadió que hay cuatro retos para las antropologías latinoamericanas, no precisamente antropológicos, pero sí que inciden en esta disciplina:
Primero, la digitalización y existencia de los dispositivos móviles, su expansión en forma de explosión. A decir suyo “estamos al inicio de una transformación civilizatoria solamente comparable con la invención del alfabeto y tal vez con la imprenta”.
Es algo nuevo en el ambiente cultural que obliga a reflexionar qué significa para la ciencia pues es total e imprevisiblemente cambiante, incide en la forma de generar textos, archivarlos, disponer de ellos, hacerlos circular, combinarlos, plagiarlos, encontrarlos, incluso perdernos en demasiados textos cuando buscamos algo. Es necesario hacer una especie de autoestudio para ver cómo se puede domesticar esa situación, afirmó.
En segundo se refirió a la transformación del sistema de ciencia y tecnología. Mencionó aquí la ya conocida y denunciada imposición, “cada vez más fuerte”, de intentar que las ciencias sociales y humanas operen como ciencias naturales:
“Puede ser visto como el resultado de la ignorancia y la deficiencia de los gobernantes y los funcionarios, que identifican ciencia con ciencia natural, pero me parece que hay algo más de fondo. Habría que pensar porque finalmente cada ciencia tiene su ámbito y el imponernos las formas de pensar, generar, evaluar, comunicar la investigación social y humana a modo de las ciencias que estudian átomos, elementos, plantas o animales, implica una perversión y un no reconocimiento de lo propio de la esfera sociocultural con lo cual empezó nuestra disciplina.”
Los otros dos retos planteado por el profesor son específicamente de la ciencia antropológica, uno ya planteado por los antropólogos Oliveira en Brasil y Palerm en México, de repensar la región noratlántica pues ahora “el nuevo centro de gravedad de la civilización mundial estará pronto en Asia” y las antropologías latinoamericanas que nunca tuvieron “pretensión hegemónica” pueden empezar a tejer redes con las antropologías asiáticas para lograr una interacción entre culturas y civilización ilustradas.
Y, en el cuarto mencionó la mala conciencia que casi todos los antropólogos tienen cuando terminan de estudiar un grupo social. Algunos piensan en devolverle algo y llevan la tesis, incluso hacen alguna reunión, pero a eso Paulo Freyre le llamó “educación bancaria”.
Es el momento, dice, de dar sentido al concepto de “investigador ciudadano”, que no sólo difunde los resultados de su investigación, de pensar de forma socio-antropológica, “usar la ciencia para ayudar a los ciudadanos que no han tenido la oportunidad de estudiar los cinco o seis años” (de la carrera), pero viven y sufren su sociedad, para que puedan entender sus problemas y tratar de transformarlos:
“La antropología, por la cercanía que tiene tradicionalmente con los medios periodísticos y de otro tipo, puede contribuir a crear una conciencia ciudadana social y antropológicamente ilustrada.”
También hacerlo en el contexto institucional nacional, pues aclaró que cuando se habla de la dimensión política de la antropología no se refiere a la opción política de los investigadores, sino al valor político del conocimiento socioantropológico que consiste en demostrar ciertas situaciones:
“Por eso las etnografías y monografías tienen esa dimensión subversiva de mostrar que la realidad no es como el poder lo dice y que la realidad es una realidad escandalosa, no es como debe ser. Como diría Bartolomé de las Casas: La realidad de la muerte injusta antes de tiempo de las mayorías, no solo física sino por la inanición de políticas públicas, las políticas de desarrollo que crean la muerte en vida.”
Las etnografías pueden mostrar, agregó, no sólo esta sociedad actual, sino que el futuro puede ser peor, pero también contribuir a mejorar, ser “una esperanza para una vida mejor, no de algunos a costa de los demás, sino realmente de todos”.
Son algunas de las ideas expuestas por el maestro en antropología social y doctor en filosofía Esteban Krotz Kerbele, investigador de las universidades Autónoma Metropolitana (UAM) Iztapalapa y de Yucatán, durante su participación en el conversatorio magistral “Antropologías Latinoamericanas: Reflexiones epistemológicas”, realizado en el Palacio de la Antigua Escuela de Medicina, en el marco del IV Congreso Latinoamericano de Antropología.
El especialista en antropología política y jurídica, particularmente en el tema de derechos humanos, reflexionó acerca de los logros y retos de las antropologías latinoamericanas actuales. En su opinión “el primer gran logro es que existen”, parece obvio decirlo –meditó– pero luego de las largas dictaduras militares que obligaron a mucha gente al exilio, no lo es.
Incluso puso como ejemplo que casi no se haya hablado del aniversario de la muerte de Ernesto Che Guevara (asesinado el 9 de octubre de 1967), que recuerda “esta situación sangrienta de la historia reciente” que ha dejado también su huella en las antropologías latinoamericanas.
Esta disciplina no es muy apreciada y se ve en el porcentaje del Producto Interno Bruto (PIB), destinado a la investigación que es “absolutamente mínimo”, lamentó.
Incluso en el regreso, tras la “larga noche de las dictaduras”, a una cierta libertad y la democracia formal en los años ochenta, marcada por el asesinato de monseñor Romero en “el país más chiquito de América Latina” (El Salvador), hay una tensión entre la política y la economía actuales y la creación de programas de antropología.
Frente a ello, el investigador consideró también un logro que las antropologías latinoamericanas se consoliden frente a las antropologías del norte y produzcan monografías, revistas, informes, boletines, libros, que describen situaciones casi todas críticas, “incómodas para el poder”.
Para el antropólogo hay tres grandes aportaciones del pensamiento crítico latinoamericano del siglo XX: La teoría de la dependencia (contrapuesta a la teoría del desarrollo), la filosofía y teología de la liberación, y la educación popular concientizadora, en la cual no sólo se trata de entender una situación, sino las interpretaciones de esa situación y la posición del poder ante dicha situación y “en donde se trata de ver qué es ciencia y qué es ideología”.
Retos
Añadió que hay cuatro retos para las antropologías latinoamericanas, no precisamente antropológicos, pero sí que inciden en esta disciplina:
Primero, la digitalización y existencia de los dispositivos móviles, su expansión en forma de explosión. A decir suyo “estamos al inicio de una transformación civilizatoria solamente comparable con la invención del alfabeto y tal vez con la imprenta”.
Es algo nuevo en el ambiente cultural que obliga a reflexionar qué significa para la ciencia pues es total e imprevisiblemente cambiante, incide en la forma de generar textos, archivarlos, disponer de ellos, hacerlos circular, combinarlos, plagiarlos, encontrarlos, incluso perdernos en demasiados textos cuando buscamos algo. Es necesario hacer una especie de autoestudio para ver cómo se puede domesticar esa situación, afirmó.
En segundo se refirió a la transformación del sistema de ciencia y tecnología. Mencionó aquí la ya conocida y denunciada imposición, “cada vez más fuerte”, de intentar que las ciencias sociales y humanas operen como ciencias naturales:
“Puede ser visto como el resultado de la ignorancia y la deficiencia de los gobernantes y los funcionarios, que identifican ciencia con ciencia natural, pero me parece que hay algo más de fondo. Habría que pensar porque finalmente cada ciencia tiene su ámbito y el imponernos las formas de pensar, generar, evaluar, comunicar la investigación social y humana a modo de las ciencias que estudian átomos, elementos, plantas o animales, implica una perversión y un no reconocimiento de lo propio de la esfera sociocultural con lo cual empezó nuestra disciplina.”
Los otros dos retos planteado por el profesor son específicamente de la ciencia antropológica, uno ya planteado por los antropólogos Oliveira en Brasil y Palerm en México, de repensar la región noratlántica pues ahora “el nuevo centro de gravedad de la civilización mundial estará pronto en Asia” y las antropologías latinoamericanas que nunca tuvieron “pretensión hegemónica” pueden empezar a tejer redes con las antropologías asiáticas para lograr una interacción entre culturas y civilización ilustradas.
Y, en el cuarto mencionó la mala conciencia que casi todos los antropólogos tienen cuando terminan de estudiar un grupo social. Algunos piensan en devolverle algo y llevan la tesis, incluso hacen alguna reunión, pero a eso Paulo Freyre le llamó “educación bancaria”.
Es el momento, dice, de dar sentido al concepto de “investigador ciudadano”, que no sólo difunde los resultados de su investigación, de pensar de forma socio-antropológica, “usar la ciencia para ayudar a los ciudadanos que no han tenido la oportunidad de estudiar los cinco o seis años” (de la carrera), pero viven y sufren su sociedad, para que puedan entender sus problemas y tratar de transformarlos:
“La antropología, por la cercanía que tiene tradicionalmente con los medios periodísticos y de otro tipo, puede contribuir a crear una conciencia ciudadana social y antropológicamente ilustrada.”
También hacerlo en el contexto institucional nacional, pues aclaró que cuando se habla de la dimensión política de la antropología no se refiere a la opción política de los investigadores, sino al valor político del conocimiento socioantropológico que consiste en demostrar ciertas situaciones:
“Por eso las etnografías y monografías tienen esa dimensión subversiva de mostrar que la realidad no es como el poder lo dice y que la realidad es una realidad escandalosa, no es como debe ser. Como diría Bartolomé de las Casas: La realidad de la muerte injusta antes de tiempo de las mayorías, no solo física sino por la inanición de políticas públicas, las políticas de desarrollo que crean la muerte en vida.”
Las etnografías pueden mostrar, agregó, no sólo esta sociedad actual, sino que el futuro puede ser peor, pero también contribuir a mejorar, ser “una esperanza para una vida mejor, no de algunos a costa de los demás, sino realmente de todos”.
Comentarios
Publicar un comentario